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El sábado 12 de junio celebramos nuestra tradicional CENA-BAILE fin de curso en uno de los magníficos salones del Hotel Villa de Gijón. En esta ocasión fuimos 129 los hambrientos bailarines reunidos para la ocasión, pero no, no batimos el récord vigente, que está en... ¡no pienso decirlo hasta que lo pulvericemos!

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El evento resultó de lo más entretenido y repleto de sorpresas, pero vayamos por partes. Primero un "pequeño" tirón de orejas para los responsables del restaurante, que no tenían preparadas las mesas a la hora fijada y nos hicieron esperar más de media hora de pie en una cafetería abarrotada donde hacía un calor infernal. ¡Muy mal! Una chapuza impresentable de la que, como organizador, he tomado buena nota. Ya veremos si repetimos el próximo año. En su descargo admito que fue el único fallo grave (hubo otros menores a la hora de servir las mesas, más justificables dado el número de comensales) y el resto fue de matrícula de honor: excelente el salón —grande y bien ventilado—, magnífica la cena —felicidades al cocinero, en especial por el delicioso cordero— y fantástico el equipo de sonido, que con una pequeña ayudita técnica por mi parte nos proporcionó tres horas largas de música potente y de calidad.

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A eso de las 12 de la noche, tras dar cuenta del sabroso menú y pagar la dolorosa, dio inicio por fin la parte principal, anhelada e imprescindible de todas nuestras reuniones: ¡el sagrado baile! En pocos minutos ya estábamos todos en la pista, incluidos los polluelos de Emma, que no acusaron para nada ser los alumnos más novatos —sólo 6 meses de curso— y se hicieron notar bailando todo lo que se les puso por delante, visto en clase o no. ¡Así se hace, chavales! Aquí hay cantera.

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Poco antes de la una agarré el micro y presenté la primera sorpresa de la noche: una espectacular exhibición de chachachá a cargo de Emma y uno de sus alumnos, Angel, coreografiada por ella misma... ¡y totalmente gratis, ni siquiera pasamos la gorra después! Jaja, bromas aparte, fue algo diferente y divertido que gustó mucho y cosechó grandes aplausos.

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Tras la actuación seguimos con la fiesta y bailamos otra hora y pico antes de sacarnos el siguiente conejo del sombrero, y nunca mejor dicho porque por allí aparecieron "de repente" un montón de sombreros vaqueros —de paja y del chino, eso sí —y en menos que canta un gallo ya teníamos a toda la peña haciendo la famosa coreografía de Coyote Dax, ya sabéis, aquello de "no rompas más mi pobre corazón...", letra absurda donde las haya, por cierto. ¡Había que vernos! Nos quedó niquelada, todos a una, como Fuente Ovejuna. Parecía que hubiéramos ensayado durante semanas... pero no lo hicimos, ¿eh? Fue algo totalmente espontáneo.

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Y del resto, ¿qué deciros? Pues más de lo mismo: bailar, bailar y bailar. Poca música "difícil" esta vez —cero swing, fox, vals lento, mambo y resto de bailes menos conocidos, por culpa del retraso y consecuente disminución del tiempo disponible— y mucho merengue, cumbia, pasodoble, bachata, rock y demás ritmos populares, aunque no faltaron las 2 sevillanas de cada fiesta y hasta hubo ocasión de realizar una pequeña muestra de rueda cubana a cargo de los alumnos de salsa avanzados, aprovechando que tenía allí el micro inalámbrico. En resumen: mucha diversión bailonga hasta las 3 y media de la mañana, momento en que cerramos el chiringuito y cada mochuelo se recogió en su olivo... los que lo hicieron, porque corren rumores de que algunas aves nocturnas —¿o quizá debería decir buitres, a juzgar por lo que se cuenta que pasó después?— siguieron la juerga en el Double y otros antros de perdición. Corramos un tupido velo, jaja.

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Bajo estas líneas tienes el vídeo de la exhibición de chachachá con saltos de Emma y Angel:

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